miércoles, 8 de octubre de 2014

LA PORTOLA MISTERIOSA

Por Sócrates Araníbar Luna.
Bajo el caliente sol de marzo, sentados a la vereda  de la esquina de Chin Chin, cuadra 15 de Francisco Lazo, (ubicada al final de la vereda de esta foto), Enrique y Eduardo Murata, Carlos Ramos Velit, el Chino Ricardo Loo, Luis Zevallos  y yo (tremenda sarta de vagonetas) conversábamos de fútbol. Volteando de Manuel Segura, arrastrando los pies al filo de la pared y silbando el tango “Tomo y Obligo” se nos acercó Carpayo, gran personaje de Francisco Lazo.
Muchos tragos y pocas pulgas…
Carpayo era tarapaqueño y al igual que mi padre también había llegado a Lima expulsado de Chile. Como lo comenté en anterior crónica, don Carpio -Carpayo para todo Lince-, era zapatero remendón, hábil con la chaira y hombre de muchos tragos y pocas pulgas, a tal punto que ya le había dado chamba a varios cirujanos de la Asistencia Pública. Sin embargo, no todo era negativo en él: era un temible jugador de damas y ajedrez; gran conversador, gustaba relatar a los muchachos sus correrías infantiles en su natal Tarapacá, además no ocultaba su apego a los animales. Engreía a perros y gatos y, en la época del auge anchovetero de los sesenta, sorprendió a todo Lince con su amor por los pelícanos. Cierta tarde uno de los sorprendidos, don Miguel Hitotsuishi, famoso fotógrafo linceño, lo inmortalizó alimentando a los pobres palmípedos en un par de fotos que fueron publicadas en los diarios de entonces, una de las cuales encabeza esta nota.
¿Vegetariano? hummm…
Las malas lenguas del barrio se preguntaban si Carpayo era vegetariano porque jamás se acercaba a los puestos de carniceros o polleros.
- Verdurita nomás compra, causita -nos decía el verdulero  Machahuay, tremendo personaje de la paradita de Lince, precursor del cholo acriollado y que se vestía a lo hippie y hablaba jerga.  
- Pa’ qué va a comprar carne –respondía Don Juan Bastos, el carnicero del barrio-, si tiene una granja de pelícanos.
La Portola misteriosa…
Sonriente y chaposo, quizás por los efectos de su infaltable cuartito de “salta patrás”, aquel mediodía Carpayo nos invitó a almorzar. Según él, el menú era Portola y arroz con pato. El Chino tenía sus dudas y con toda la concha del mundo que se manejaba nos preguntó:  
- ¿será Patiño o pelicaniño?
- ¿Qué diferencia hay?, ambas aves son palmípedas -, respondió mi compadre Carlos con esa chispa que Dios le dio.  
- La Portola la abro yo, no vaya a ser tripa de pescado- terció Eduardo.
Juro que, temeroso de llevarme un chasco, no fui al almuerzo alegando una cita impostergable, pero al día siguiente Luis Zevallos asegura que vio a Los Cuatro Fantásticos: Enrique y Eduardo, Carlos Ramos y el Chino Ricardo saliendo del llonja de Carpayo escarbándose los dientes con palitos de fósforo.

Y hasta ahora sólo Dios sabe si comieron pato, pelícano o -en lugar de Portola- tripa de pescado entomatada...

martes, 7 de octubre de 2014

HECTOR LAVOE Y PABLO ESCOBAR, LA ANECDOTA QUE SE OCULTÓ…

Por Manuel Araníbar Luna.
Jamás lo volveremos a ver en persona tal como lo disfrutamos en la Feria del Hogar. Nos referimos a Héctor Pérez, más conocido en todo el mundo hispano como Héctor Lavoe. Un día 30 de setiembre no dio su primer grito de recién nacido: sólo cantó. Y sólo la muerte impidió que lo siga haciendo. Aquí una anécdota que se sigue propalando por Radio Bemba, es decir, de boca en boca.
Un taxista se lo relata al cronista colombiano Juan José Hoyos de la siguiente manera:
"había pasado la medianoche cuando, de un extremo de la carretera, saltó un hombre vestido con frac y con los pies descalzos. Se veía que estaba asustado y el chofer no pudo evitar detenerse. El hombre le pidió que lo llevara a su hotel. Le contó que había estado cantando en una fiesta de mafiosos y que la cosa se había puesto fea, que iba sin un dólar y que su nombre era Héctor Lavoe".

Difícil de creer. El chofer estaba convencido de que se trataba de un embuste y le pidió pruebas: 
 - Me va a tener que cantar “Yo soy el cantante” si quiere que lo lleve al hotel -, dijo el taxista. El hombre que ya estaba dentro del auto pareció molestarse:

- Mi pana, ¡pero si por eso fue el problema! ¡Un tipo de esos me hizo repetir como diez veces esa canción, amenazándome con una pistola! ¡Y yo me mamé y le dije a la orquesta no canto más, apaguen los equipos!.
El taxista insistió, le recordó al delgado hombre de sastre que le estaba haciendo un favor al llevarlo sin cobrar y, cuando se dio cuenta, estaba escuchando una voz de otro mundo: 
“Yo soy el cantante / que hoy han venido a escuchar / lo mejor del repertorio a ustedes voy a brindar. / Y canto a la vida / de risas y penas / de momentos malos / y de cosas buenas”. 

Ya no había dudas. Era Héctor Lavoe .

A LAS BALAS ME REMITO
La anécdota, que podía haber pasado como uno de esos cuentos con los que los taxistas nos hacen ameno un viaje largo, tomó elementos de realidad cuando algunos de los miembros de la orquesta de Lavoe dieron su testimonio.
Eddie Montalvo, el conguero del grupo, recordó que el contrato para tocar frente a Pablo Escobar lo había gestionado Larry Landa, un empresario artístico muy ligado al mundo del narcotráfico, que de acuerdo a este Lavoe y compañía debían tocar hasta las dos de la mañana, pero que a Escobar se le dio por extenderlo hasta las seis de la mañana. Así lo declara:
“Cuando fueron las dos de la mañana, Héctor le dijo a la banda que pararan. El organizador los amenazó a punta de pistola para obligarlos a continuar cantando. Quería que Héctor repitiera Yo soy el cantante. Ismael Rivera se envalentonó y los guardaespaldas también. Hasta que los llevaron a un cuarto pequeño que cerraron con llave el resto de la noche (...) Después de una hora, Héctor rompió una ventana y con la ayuda de los otros músicos salieron uno por uno por ahí, sin sus instrumentos, en la oscuridad y con miedo. Por treinta minutos se resbalaron, se cayeron, hasta que salieron a la carretera”.

Y así fue cómo Héctor Lavoe terminó en el taxi del narrador de esta historia un día de enero de 1981. Pero allí no acabó: al día siguiente del incidente un desconocido visitó a Héctor y su banda en el hotel donde se hospedaban. Les dejó un cheque, los pasaportes que les habían decomisado, los instrumentos retenidos y las disculpas respectivas.

sábado, 4 de octubre de 2014

MELITON CARVAJAL, VIDA Y MILAGROS.

Por Manuel Araníbar Luna
No, esto no va a ser un discurso de los que escuchábamos todos los años en el patio del colegio de mi infancia. 
Nada más aburrido que aquella cantaleta de todos los días, un ritual  un poco menos soporífico que la misa dominical y las ceremonias de la primera comunión. 
Lo que sucede es que  en mi colegio que lleva el nombre del héroe, jamás supimos nada de su vida ni hallamos una imagen tan clara de él.  A pocos días de conmemorarse un año más de la gesta del Combate de Angamos, comos linceños y carvajalinos, les dejamos esta pequeña biografía que hemos hallado en las redes sociales. La transcribimos tal cual la hemos hallado, sin correcciones.

Manuel Melitón Carvajal Ambulódegui
(Lima, 10 de marzo de 1847 - † idem, 19 de septiembre de 1935), fue un marino peruano que formó parte de la tripulación del reconocido monitor Huáscar, participando en todos los combates del mismo durante la Guerra del Pacífico.
Fue herido y tomado prisionero en Angamos. Convertido desde entonces en un héroe viviente, incursionó en la política, sin dejar de servir en la marina. Participó activamente en la Reconstrucción Nacional y en la recomposición de la flota naval del Perú, contribuyendo de gran manera al desarrollo nacional, con notables contribuciones en las especialidades de cartografía y comunicaciones.
Fue diputado del Congreso de la República por Andahuaylas (1883); ministro de Hacienda y Comercio (1894), ministro de Guerra y Marina (1900, 1901-1902 y 1913-1914), presidente del Consejo de Ministros (1914) y segundo vicepresidente de la República (1915-1919).
Un colegio nacional (antigua Gran Unidad Escolar) ubicado en el distrito de Lince lleva su nombre, en su honor.