Por
Sócrates Araníbar Luna
Frío
domingo del año 1965. Eliminatorias para el Mundial de Inglaterra. La selección
de Perú se jugaba el todo por el todo contra su similar de Uruguay. El punto de
reunión de los zampones generalmente era la pulpería de Chin Chin en la esquina
de Lazo con Manuel Segura.
Por culpa del acoplado...
Ya
yo me había mudado al Callao. Para llegar a Lince tenía que tomar dos tranvías,
pero a causa de mi retraso, los palomillas emprendieron el viaje de diez
cuadras sin mi compañía. El acoplado había interrumpido su marcha por culpa de un
choque entre Lampa y Paseo de la República. Tuve que caminar a paso ligero
hasta el estadio. Al llegar al Coloso mi primo Carlos Luna me recibió con un
grito.
—¡Llegas tarde, huevón!
Hacía un frio de la
gran siete. Junto a mi primo, fumando cigarros Inca, me esperaban Miguel y Chago Matta, Raúl Cabrera, Enrique Murata, el Cholo
Gonzalo, Angel Poblet, Carlos Ramos, Calanca,
y, perdidos en un recoveco de la memoria, otros imberbes secuaces. No podían
entrar al Estadio y estaban dando
vueltas, como tiovivo de Feria o como pollo a la brasa. La tragedia de un año
antes había causado que los tombos llegaran antes del mediodía, entorpeciendo
nuestros intentos de meternos desde la mañana.
Y
el foquito se prendió...
Cabizbajos, frustrados y
desanimados, caminamos pateando piedras.
Si no lográbamos zamparnos íbamos a perder por lo menos doscientas gomas (una
fortuna). De pronto Chago notó que junto al sardinel de la tribuna Occidente,
marcado con la X, se hallaba estacionada una camioneta y sobre ella una escalera telescópica de las Empresas
Eléctricas. Un tipo con overol y gorra fungía de vigilante. A Chago se le
prendió el foquito y llamó a Carlos.
—¡Loco, creo que aquí
la hacemos!
Calanca se acercó al vigilante poniendo su más lograda cara de cojudo.
—Señor, buenos días, ¿es
su camioneta?
No había terminado la
pregunta cuando de improviso Carlos y
Chago, como si tuvieran un cohete en la culo, bajaron la escalera y la
cuadraron contra la columna del tercer piso, marcada con otra X y se pararon al
pie lanzando el esperado grito de abordaje.
—¡Primero los del barrio!
Uno por uno trepamos la
escalera y nos metimos al cubículo que resultó ser un servicio higiénico para
damas. Felizmente a esa hora –las puertas del estadio no abrían aún al público—
ninguna damita estaba desocupando la vejiga, de lo contrario, se armaba la de ¡Dios es Cristo! Como solíamos proceder
cada domingo, nos escondimos tras la última fila de bancas de occidente hasta
que empezaran entrar los espectadores pagantes.
....................
Un
domingo para recordar...
Aquella vez pasó de
todo, la mujer del señor B., el pintor de Lince, que estaba más rayada que un
disco de 78 RPM, desde el palco de Periodistas se estaba echando un discurso
contra el Gobierno; la policía que rociaba con agua a los revoltosos terminó
por empapar a la pobre señora; un émulo del Negro Bomba (Copycat que le dicen)
se metió a la cancha y le dieron su
chiquita.
Esa fría tarde la
selección peruana perdió la clasificación. Al final del partido, por razones de
seguridad se demoró la salida. Los acomodadores truchos nos juntamos a jamar frejol, papa rellena y cau cau, todo junto
(siglos antes del actual siete colores).
Más tarde, mientras juntábamos las almohadillas, vimos pasar por el pasillo,
ya de noche, a los yoruguas Taibo,
Rocha, Abbadie y otros, héroes en otros
partidos, pero no les paramos bola, porque nos habían ganado. Antes de salir, el Copiloto nos pagó. Conté mi ganancia:
S/.235.00. Nada mal, no fue un domingo cualquiera, porque el lunes salimos retratados
en el diario La Prensa en plena
trepada.
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