Por Manuel Araníbar Luna.
La salsa en el rico Lince...
La salsa llegó a Lince a fines de los sesentas e
inicios de los setentas. Recordemos los pasos acrobáticos del popular "Caña" en el Latin Brothers por el parque de los
Bomberos, en el Macondo de Francisco Lazo, en el bar Zeta de Iquitos y sobre todo en el Apolo XI de Manuel Castañeda. Aquí una
semblanza de la arrolladora música que sufrió tantas mutaciones que hoy no se
parece a la original….
Ese periodo entre finales de los sesentas y
comienzos la de los setentas fue una
época de pérdidas y hallazgos. Los adolescentes habían perdido casi
todo, inocencia, mojigatería, vergüenza y mucha ropa. Pero asimismo habían
hallado libertinaje y diversas drogas. Muy atrás había quedado la moda ye-ye de
los cerquillos de los Beatles, el twist y los cabellos engominados y el peinado
go-go de las adolescentes. Hablamos de la época hippie, y post- hippie, en la
cual habían aterrizado de un viaje con marimba
las modas multicolores, ombligos al aire y saludo con la ‘v’ de la
victoria.
Una mazamorra llamada chicha...
Quitando a los huachafos peruanos, esclavos de la
moda norteamericana y su rock subterráneo, quitando la moda chicha de la música
colombiana mezclada con rezagos del huayno, se había formado una mazamorra
llamada chicha, o una chicha tan cargada que parecía mazamorra. Entonces, sin
todo ello, quedaba la moda del Llauca, la moda salsa con sus achorados
abarrotando legendarios bares como el Sabroso, El Combo de Loza, el Tito’s en
La Perla y otros más que eran duros de matar o, en otras palabras, matas del duraje. Era la salsa dura, con
mucha pimienta, mucho ají, mucha dinamita y buena dosis de alucinógenos. Es
allí donde se consolida todo ese movimiento de pantalones acampanados y camisas
multicolores.
DEL
BARCO AL SABROSO.
Sigilosamente, como la marea que sube sin que te des cuenta, como la
neblina que de a poquitos te humedece hasta los ollucos y te los congela en las
noches de julio, así llegó a los muelles del Callao, con la complicidad de los
estibas, entre productos ilegales, junto al whisky y los pantalones ‘Lee’ de contrabando, junto
a perfumes , licores, la Yohimbina y los relojes con tremendos cadenones,
empezaron a llegar calentitos los LP y los 45 de la chacra a la olla, mejor
dicho del barco al Sabroso. Bienaventurados los estibas porque ellos fueron los
grandes artífices de que ese fenómeno llamado música tropical hecho en NY hoy
llamado salsa se metiera de caballazo a los pecaminosos bares de de la
avenida 2 de mayo y aledaños.
Hay que darles el crédito a los estibas. Ellos se
jactaban – además de sus conquistas amorosas- de sus recientes adquisiciones
musicales, las cuales exhibían junto a sus tremendos esclavones de orégano y
sus tabas de taco aperillado – de la originalidad de tener en sus manos los
primeros temas del Gran Combo, de Eddie Palmieri, de Alegre All Stars y de Joe
Cuba con un crooner casi adolescente y libre de drogas llamado Cheo Feliciano.
Se escuchaban temas alucinantemente bárbaros con la B de Benny Moré que ya no
llegaban, por el estúpido y enfermizo bloqueo a Cuba.
Sin embargo le faltaba algo así como un pellizcón
de orégano para completar el saoco, y es que aquella novedosa música tropical
se bailaba al estilo guaracha antigua de la Sonora Matancera. No se conocía la
coreografía neoyoricua (mitad Nuyol, mitad Boricua); y para aprenderla hubo que
transcurrir varios almanaques de Bristol. Los chalacos ebrios escuchaban a
un Pellin Rodríguez quien cantaba muy
ufano que tenía un swing sabroso, Palmieri acompañaba a Ismael Quintana en su
dolor porque su Muñeca no lo perdonaba. Cheo le había pedido prestado – para no
devolverlo jamás - el estribillo de su “I’ll never go back to Georgia” a Dizzie
Gillespie y silbaba “el Pito” con Joe Cuba en las congas, llamadas tumbadoras
A. C (antes de Castro).
Pasarían algunos cuantos almanaques para que
Willie y Héctor rompieran moldes, esquemas y rocolas y alborotaran el cotarro,
porque con ellos se cerró el círculo de fuego: ritmo, clave 1-2-3, 1-2, soneo, solos de trombón, de piano, de timbal,
de tumbadoras (rebautizadas por los
gringos, cuando no, como conga drums,) y
la pizca de sabor que faltaba para que los chalacos paladeen: el baile. Y se
cerró el círculo, ladies and gentleman, a bailar, showtime, ¡a bailar que el
mundo se va a cambiar, let’s dance!
Se llenaban los conos (y no con helado)...
Algunos autores afirman que la salsa nació con la
Fania. Nada más falso. La salsa, aún sin ese polémico nombrecillo, desembarcó
al rico Llauca un par de años después de la llegada de Castro al poder en
Cubita la bella. El primer LP de ese tipo, aunque no se le llamaba salsa, lo
escuché por el Gran Combo en los años 63 o 64, pero no sé si por la huelga de
tranviarios o por la terquedad de los chalacos para no compartir sus secretos
musicales con los limeños mazamorreros, la música latina - como se llamaba a la
salsa neoyoricua en esos tiempos - no llegaba a la capital, a Limón.
Y demoró
en llegar algunos años más. Es que empezaban a repletarse los conos y no
precisamente de helado, sino de provincianos e inquilinos morosos en unas
invasiones a las que la Prensa y El Comercio tildaban de bárbaras, con una
tilde que caía como hachazo en el ojo. Y los paisas, por la alegría de saber
que jamás volverían a pagar el alquiler de la jato y por la tristeza de
recordar los huaynos de su tierra, daban sus primeros pasos de cumbias y
chichas de los Demonios de Corrocochay, de los antojos del guitarrista de los
anteojos culo de damajuana de un señor llamado Enrique Delgado Montes y sus
Destellos.
- ¡Bailar salsa! – se quejaba un ayacuchano – ¡como si fuese fácil! Esa
música es de negros y en mi tierra no los hay, papay, porque los negros en las
alturas se ahogan y se mueren nomás, papay. Lo calentito nomás les gusta,
papay, además si mi chola me pesca moviendo las caderas, vistiendo esas camisas
con los colores de la bandera de Tahuantisuyo – que jamás tuvo bandera – va a
pensar que le estoy haciendo brujería como los chamanes que soplan aguardiente
y zapatean haciendo sonar una maraca. Peor sería que crea que soy un cholo
maricón, papay. Se me va con otro cholo, papay. Mejor bailo mi cumbia nomás,
papay. (CONTINUARÁ)