Por Manuel Araníbar Luna
Foto: cortesía Julio Huamán |
El colegio Francisco Fabio Brenner,
nuestra alma mater de Lince y Lobatón, estaba ubicado en la cuadra 17 de la
avenida Militar, frente al pasaje Esther, el rincón nocturno de los enamorados de
aquellos tiempos. En la esquina de la izquierda se ubicaba la fábrica Boston, y
en la esquina de la derecha, frente a la Plaza Pedro Ruiz Gallo, la antigua botica Candamo . En las mañanas llevaba el número 458 y por las tardes era el 389 (años
después se le cambiaría el número por el 1056).
Hoy
nuestro querido colegio 458 ya no existe. Un edificio moderno (una fábrica de
zapatos) se yergue sobre lo que fue un templo de enseñanza donde los profesores
eran verdaderos apóstoles de la docencia (y de la decencia).
La máquina del tiempo...
Esta
imagen nos transportó a nuestra feliz niñez como en una máquina del tiempo, sesenta años atrás. Fue tomada en el año 1954 en el patio de la escuela,
a espaldas de la puerta de salida del colegio. Por aquellos años, y hasta su demolición, los
techos de sus oficinas y aulas eran de
tablas y vigas de madera cubiertas por tortas de barro y paja con una teatina
al centro para el paso de la luz, como se estilaba en la Lima de finales del
siglo XIX y y principios del XX. La puerta de la izquierda y la del centro eran
los ingresos a los servicios higiénicos. El oscuro pasaje de la derecha daba a
la puerta principal. Aunque no se ve en la foto, a un lado estaba la
escandalosa campana, reemplazada años después por un timbre eléctrico no menos
estridente, cuyo aviso al medio día desataba los aullidos de alegría de los
escolares.
La plana docente...
Al
centro el Dr. Mori, director del colegio, quien años más tarde sería
reemplazado por el profesor Vivas Vidal. Entre la plana docente distinguimos al
profesor Manuel La Fuente, un tarapaqueño que jamás olvidó su tierra natal; la
señorita Isela Terjeda de Wubster, la profesora Garro, el profesor León. Nos
parece distinguir asimismo al profesor Napoleón Ortiz, quien luego ejercería el
cargo de director y años después instalaría su bufete de abogado en el Jirón
Lampa. No recordamos el apellido de los otros maestros, pero estamos seguros
que en esta tribuna linceña no faltará un lector que los recuerde.
Párrafo aparte merece la generosa colaboración de Julio César Huamán, uno de los más conocedores del tango
y la milonga en Lima, quien gentilmente nos ha ofrecido
más imágenes de su archivo personal.