domingo, 8 de septiembre de 2019

CRONICA DE ZAMPONES LINCEÑOS EN EL ESTADIO


Por Sócrates Araníbar Luna

Frío domingo del año 1965. Eliminatorias para el Mundial de Inglaterra. La selección de Perú se jugaba el todo por el todo contra su similar de Uruguay. El punto de reunión de los zampones generalmente era la pulpería de Chin Chin en la esquina de Lazo con Manuel Segura.

Por culpa del acoplado...
Ya yo me había mudado al Callao. Para llegar a Lince tenía que tomar dos tranvías, pero a causa de mi retraso, los palomillas emprendieron el viaje de diez cuadras sin mi compañía. El acoplado había interrumpido su marcha por culpa de un choque entre Lampa y Paseo de la República. Tuve que caminar a paso ligero hasta el estadio. Al llegar al Coloso mi primo Carlos Luna me recibió con un grito.

—¡Llegas tarde, huevón! 

Hacía un frio de la gran siete. Junto a mi primo, fumando cigarros Inca, me esperaban Miguel y Chago  Matta, Raúl Cabrera, Enrique Murata, el Cholo Gonzalo, Angel Poblet, Carlos Ramos, Calanca, y, perdidos en un recoveco de la memoria, otros imberbes secuaces. No podían entrar al Estadio  y estaban dando vueltas, como tiovivo de Feria o como pollo a la brasa. La tragedia de un año antes había causado que los tombos llegaran antes del mediodía, entorpeciendo nuestros intentos de meternos desde la mañana.

Y el foquito se prendió...
Cabizbajos, frustrados y desanimados,  caminamos pateando piedras. Si no lográbamos zamparnos íbamos a perder por lo menos doscientas gomas (una fortuna). De pronto Chago notó que junto al sardinel de la tribuna Occidente, marcado con la X, se hallaba estacionada una camioneta y sobre ella  una escalera telescópica de las Empresas Eléctricas. Un tipo con overol y gorra fungía de vigilante. A Chago se le prendió el foquito y llamó a Carlos.

—¡Loco, creo que aquí la hacemos!

 Calanca se acercó al vigilante  poniendo su más lograda cara de cojudo.

—Señor, buenos días, ¿es su camioneta?

No había terminado la pregunta cuando de improviso  Carlos y Chago, como si tuvieran un cohete en la culo, bajaron la escalera y la cuadraron contra la columna del tercer piso, marcada con otra X y se pararon al pie lanzando el esperado grito de abordaje.

—¡Primero los del barrio!

Uno por uno trepamos la escalera y nos metimos al cubículo que resultó ser un servicio higiénico para damas. Felizmente a esa hora –las puertas del estadio no abrían aún al público— ninguna damita estaba desocupando la vejiga, de lo contrario, se armaba la de ¡Dios es Cristo! Como solíamos proceder cada domingo, nos escondimos tras la última fila de bancas de occidente hasta que empezaran entrar los espectadores pagantes.
....................
Un domingo para recordar...
Aquella vez pasó de todo, la mujer del señor B., el pintor de Lince, que estaba más rayada que un disco de 78 RPM, desde el palco de Periodistas se estaba echando un discurso contra el Gobierno; la policía que rociaba con agua a los revoltosos terminó por empapar a la pobre señora; un émulo del Negro Bomba (Copycat que le dicen) se metió a la cancha y le dieron su chiquita.

Esa fría tarde la selección peruana perdió la clasificación. Al final del partido, por razones de seguridad se demoró la salida. Los acomodadores truchos nos juntamos a jamar frejol, papa rellena y cau cau, todo junto (siglos antes del actual siete  colores).

Más  tarde, mientras juntábamos  las almohadillas, vimos pasar por el pasillo, ya de noche, a los yoruguas Taibo, Rocha, Abbadie y otros,  héroes en otros partidos, pero no les paramos bola, porque nos habían ganado. Antes de salir, el Copiloto nos pagó. Conté mi ganancia: S/.235.00. Nada mal, no fue un domingo cualquiera, porque el lunes salimos retratados en el diario La Prensa en plena trepada.