jueves, 14 de noviembre de 2019

RECUERDOS GUADALUPANOS: EL CUARTO MISTERIOSO


 Por Cristian Loyola.
Un grupo de compañeros de trabajo habíamos tomado un taxi desde la avenida Colonial hasta el teatro Pirandello en la avenida Petit Thouars.  Por causa de los inevitables embotellamientos de tránsito de las siete  de la noche en Lima, tuvimos que pasar por el jirón Chota, justo por la puerta posterior del colegio Guadalupe. Y ¡pum!, mi mente se trasladó a mis años de adolescencia.

Cuartel de Operaciones...
Corría el año 98, mes de julio, en plenos preparativos para el desfile de fiestas patrias.  Luego de vivir un tiempo en el distrito de Lince mi familia se había trasladado lejos del centro de Lima.  Estudiaba el quinto de secundaria. Y yo, integrante de la escolta, junto a los alumnos más espigados de mi querido colegio, tenía que estar en pie, antes que todo el alumnado, cambiado y listo para ensayar  las primeras maniobras de la escolta al escuchar la voz de mando:
“Firmes, media vueltaaaa, derecha! ¡Armas al hombro, arriba! De frente, maaaarch!”
 Algunos de los integrantes de la escolta vivíamos lejos. Era todo un fastidio llegar tarde a casa, dormir poco y levantarse antes que nadie para tomar la combi de las seis de la mañana para  ensayar desde muy temprano, en un invierno limeño que pelaba. No había otra solución que quedarnos a dormir en el colegio.
El Guadalupe, fundado en 1840, tiene una rica historia de actos heroicos por parte de  profesores y alumnos que pelearon durante la guerra con Chile. Héroes de la guerra como Melitón Carvajal y Diego Ferré pisaron sus aulas. Por desgracia, nuestro colegio fue convertido en cuartel de operaciones del ejército chileno durante los años de ocupación. Desde aquellos años datan las historias de fantasmas.
El fantasma del profesor...
 Los alumnos de la nocturna contaban que durante las clases temían  ir a los excusados o pasar por la capilla debido a que se escuchaban extraños sonidos, cadenas, bayonetazos, gritos de ¡viva el Perú!. Se decía también que por los antiguos corredores y en las inmediaciones de la capilla  se paseaba el fantasma de un profesor torturado y asesinado por soldados chilenos por negarse a delatar a los profesores y alumnos que conspiraban contra al ejército invasor. También se contaba que por las noches se escuchaba la voz de un alumno de los tiempos del internado que se había suicidado por una decepción amorosa. Por todo ello, quien se aventurase a caminar sin compañía por esos corredores tendría que pensarlo dos veces, sobre todo cuando se producían los constantes apagones de la  década de los 90. Par quitarnos el miedo, ya el profesor de Pre Militar nos había dicho con toda solemnidad que los guadalupanos no le han temido ni al invasor chileno ni a nadie, y que  más peligrosos son los vivos que los muertos.
El cuarto misterioso...
Por la parte trasera, que daba a jirón Chota había un inmenso portón, apolillado y crujiente que data del siglo XIX por donde se filtraban las ratas y, tras ellas, los gatos del vecindario. En las inmediaciones había un depósito con montones de chucherías que sólo las podíamos ver asomando por las polvorientas ventanas cubiertas de telarañas, objetos diversos: carpetas despanzurradas, pupitres desvencijados, pizarrones rotos, tablones apolillados, lavatorios despostillados, inodoros quebrados, trapos, banderas deshilachadas, y  buena cantidad de cascos llenos de tierra, moho y nidos de cucarachas y pulgas. Durante años los alumnos nos preguntábamos cuándo sería el día en que pudiéramos a entrar y hurgar todos esos rincones. Y bien ese día llegó cuando nos dijeron que íbamos a pasar la noche allí.
Más de uno de mis compañeros dio un respingo al momento de abrirse la puerta que crujía como el castillo de Drácula. Teníamos que pernoctar ahí pero no había camas ni catres. Rebuscamos por todo lado pero nada lucía aparente.
Luego de la cena, en tiempos de los recordados apagones, decidimos juntar las carpetas y sobre ellas colocar colchones. Al principio contábamos chistes, que nos ayudaban a olvidar la incomodidad. Sin embargo,  no faltó el momento inoportuno en que alguien empezó a contar historias de ultratumba. ¡Para qué lo hizo! Nadie pegó los ojos. Fue la noche más larga de nuestra vida.
Al día siguiente, 27 de julio, limpios, lavados y bien uniformados, bostezantes y aún somnolientos, con limpísimas y almidonadas cananas y escarpines, además de los antiquísimos fusiles Máuser 1908, salimos a desfilar al Campo de Marte, orgullosos de representar a nuestro querido colegio.


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